Oración de la noche del 20 de Marzo

«Señor Todopoderoso, al cerrar mis ojos en esta noche del 20 de marzo, mi corazón se sumerge en la profundidad de tu amor y tu misericordia. En este momento de quietud, deseo reflexionar sobre el tema de la «Comunidad y Compartir». Nos enseñaste a través de los Hechos de los Apóstoles: «Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común» (Hechos 2:44).

Gracias, Padre, por la comunidad de fe a la que pertenezco, por los hermanos y hermanas en Cristo que caminan a mi lado, compartiendo alegrías y tristezas, éxitos y fracasos. Ayúdanos a ser verdaderamente uno en Ti, a vivir la comunión de los santos no solo como una idea, sino como una realidad palpable en nuestras vidas diarias.

Te pido que nos enseñes a compartir no solo nuestros recursos, sino también nuestros corazones, nuestros tiempos, nuestros dones. Que en el acto de compartir, podamos reconocer Tu rostro en cada persona, especialmente en los más necesitados, en los olvidados, en los marginados.

En esta noche, te pido especialmente por aquellos que se sienten solos, aislados, separados de cualquier comunidad. Que puedan experimentar tu amor a través de la acogida y el calor humano de aquellos que los rodean. Inspíranos a abrir nuestras puertas y nuestros corazones, para que nadie se sienta extranjero o huérfano en tu familia.

Que al descansar esta noche, renovemos nuestro compromiso de ser constructores de comunidad, de ser signos de tu amor y tu unidad en el mundo. Que el sueño que nos regalas esta noche nos prepare para vivir un nuevo día lleno de oportunidades para amar, servir y compartir.

En el nombre de Jesús,

Amén.»

«En el corazón de la comunidad, descubrimos la alegría del compartir»

Reflexión: Construyendo Comunidad: Un Llamado a Compartir

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, al reunirnos en la serenidad de esta noche, quiero hablarles de algo que es esencial para nuestra fe y nuestra vida cristiana: la comunidad y el compartir.

En los Hechos de los Apóstoles, leemos sobre los primeros cristianos, cómo vivían en comunidad, compartiendo todo lo que tenían. Este acto de compartir no era simplemente una buena acción; era la manifestación de su unidad en Cristo, una señal visible de su amor mutuo y su compromiso con el Evangelio.

Hoy, en nuestro mundo tan individualista y a veces tan dividido, el llamado a vivir en comunidad y a compartir adquiere una urgencia renovada. Se nos invita, se nos desafía, a mirar más allá de nuestras propias necesidades y deseos, a reconocer a nuestros hermanos y hermanas en necesidad, a abrir nuestras manos y nuestros corazones.

Compartir va más allá de la caridad; es un reconocimiento de que todos pertenecemos a la misma familia humana, que lo que tengo no es solo para mi beneficio, sino para el bien de todos. En el compartir, encontramos una profunda alegría y satisfacción, porque estamos viviendo según el diseño de Dios para nosotros.

Quiero invitarlos, queridos amigos, a reflexionar sobre cómo podemos construir una comunidad más fuerte y más unida. ¿Cómo podemos ser más abiertos al compartir? ¿Cómo podemos hacer que nadie se sienta solo o excluido?

Que esta noche, al volver a nuestros hogares, llevemos con nosotros el deseo de ser constructores de comunidad, de ser generosos en compartir no solo nuestros bienes, sino también nuestro tiempo, nuestra amistad, nuestro amor.

Que el Señor nos bendiga en este esfuerzo y nos ayude a recordar que, al compartir, nos hacemos más ricos, no menos. Al dar, recibimos; al abrir nuestras manos, nuestros corazones se llenan.

Y recuerden, queridos hermanos y hermanas, «en el corazón de la comunidad, descubrimos la alegría del compartir». Que esta alegría sea la luz que guíe nuestro camino.

Amén.

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