«Padre Celestial, al finalizar este día, el 11 de Enero, nos reunimos en la quietud de la noche para dirigirte nuestras oraciones y reflexiones. Te damos gracias por las experiencias de este día, tanto las alegres como las desafiantes, pues cada una nos enseña y nos moldea según Tu voluntad.
En esta noche, queremos reflexionar sobre el don de la humildad. Te pedimos, Señor, que nos ayudes a cultivar un corazón humilde y un espíritu dócil. Enseñanos a reconocer nuestras propias limitaciones y a valorar las fortalezas de los demás, como nos recuerda Filipenses 2:3, «Nada hagáis por rivalidad o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo».
Que esta noche sea un tiempo de introspección y crecimiento personal. Ayúdanos a despojarnos de todo orgullo y egoísmo, y a vestirnos de humildad y compasión. Que podamos mirar a los demás con amor y respeto, reconociendo en cada persona un reflejo de Tu imagen.
Te pedimos por aquellos que se sienten menospreciados o ignorados en nuestra sociedad. Que nuestra humildad se convierta en un puente hacia ellos, mostrándoles el respeto y el amor que merecen.
Al descansar esta noche, renueva nuestras mentes y corazones, y préstanos la sabiduría para vivir un nuevo día con la humildad que nos enseña a ser verdaderamente grandes en Tu reino.
Por Cristo, nuestro Señor,
Amén.»
«En el jardín de nuestras almas, la humildad es la flor que nunca marchita»
Reflexión
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En esta pacífica noche del 11 de Enero, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones que brotan del corazón. La oración de esta noche nos lleva a un tema que es fundamental en nuestra vida cristiana, pero a menudo difícil de practicar: la humildad.
La humildad es la joya de las virtudes cristianas. Es ese reconocimiento tranquilo de que no somos el centro del universo, que nuestras necesidades y deseos no son siempre los más importantes. Como nos enseña Filipenses, debemos considerar a los demás como superiores a nosotros mismos. Esto no significa despreciarnos, sino reconocer el valor inmenso en cada persona que Dios ha creado.
En un mundo que a menudo valora el éxito, el poder y el estatus, ser humilde puede parecer una debilidad. Pero, mis hermanos y hermanas, les aseguro que la humildad es una fortaleza. Es la fuerza que nos permite ver más allá de nosotros mismos, para servir a otros y amar sin reservas.
En nuestra comunidad, cada uno de nosotros tiene un papel único que desempeñar. Algunos son llamados a ser líderes, otros a servir en silencio. Pero todos somos llamados a la humildad. Esta virtud nos une, nos hace sensibles a las necesidades de los demás y nos ayuda a construir una comunidad donde todos son valorados y amados.
Así que, mientras nos preparamos para descansar esta noche, les animo a reflexionar sobre cómo pueden practicar la humildad en su vida diaria. ¿Cómo pueden poner las necesidades de los demás antes que las suyas? ¿Cómo pueden servir con un corazón alegre y humilde?
Y para concluir, les dejo con esta reflexión: «En el jardín de nuestras almas, la humildad es la flor que nunca marchita». Que esta verdad nos inspire a vivir cada día con un corazón humilde y amoroso.
Que la paz de Dios les acompañe esta noche y siempre.
Amén.
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