Oración de la mañana del 9 de Noviembre

«Señor Dios, en este luminoso amanecer, cuando recordamos la dedicación de la Basílica de Letrán, tu casa entre nosotros, venimos ante ti con corazones agradecidos y dispuestos.

Como las piedras vivas de tu Iglesia, edificados sobre el fundamento firme que es Cristo, te pedimos que nos fortalezcas en la fe y nos hagas conscientes de nuestra vocación sagrada. Que, al igual que la Basílica de Letrán ha sido un lugar de encuentro con tu presencia a lo largo de los siglos, nuestras vidas puedan ser también espacios donde otros encuentren tu amor y tu gracia.

Que el agua viva que brota del templo, de la que nos habla Ezequiel, fluya en nosotros y a través de nosotros, llevando vida, sanación y esperanza a todos los que nos rodean. Que, como el templo que Jesús purificó, nuestros corazones sean siempre lugares de oración y adoración, libres de todo lo que pueda distraernos de ti.

En este día, te pedimos especialmente por tu Iglesia en todo el mundo. Que permanezca unida, santa y ferviente en la oración, siendo un reflejo de tu luz en la oscuridad, un signo de unidad en la división, y un instrumento de paz en el conflicto.

Te damos gracias por tu presencia constante en nuestras vidas, y te pedimos que nos acompañes en este nuevo día que comienza. Que nuestras palabras, pensamientos y acciones sean un canto de alabanza a ti, y que en todo momento busquemos construir tu reino aquí en la tierra.

Por Jesucristo, nuestra piedra angular, te lo pedimos.

Amén.»

Reflexión

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy, al levantarnos y saludar el nuevo día, hemos elevado una oración especial, una que nos recuerda la belleza y la responsabilidad de ser parte de algo más grande que nosotros mismos: la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.

Al pensar en la Basílica de Letrán, no solo recordamos un edificio, sino lo que representa: un hogar espiritual que ha resistido el paso del tiempo, las tormentas de la historia, y sigue en pie, firme, como un faro de fe. Y así somos nosotros, ¿no? A veces sacudidos por las dificultades, pero aún de pie, gracias a la gracia de Dios.

Nuestra oración de esta mañana nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida como un templo. No un templo de piedra, sino un templo vivo, vibrante, hecho de nuestras acciones, nuestras palabras, nuestros pensamientos. Un templo que, como la Basílica, está abierto a todos, acogedor, un lugar donde se puede encontrar paz y amor.

La imagen del agua que fluye del templo y da vida a todo lo que toca, es una imagen poderosa. Nos habla de la influencia que podemos tener en el mundo. Imaginen, cada uno de nosotros como un manantial de esa agua viva, llevando vida, esperanza y consuelo a los rincones más secos y necesitados de nuestro entorno. ¿No es una visión maravillosa?

Y sí, a veces podemos sentir que nuestro templo interior está un poco descuidado, tal vez lleno de cosas que no deberían estar allí, como aquellos mercaderes que Jesús encontró en el templo de Jerusalén. Pero la buena noticia es que Jesús está siempre listo para ayudarnos a hacer una buena limpieza, a sacar todo aquello que no nos permite ser un verdadero lugar de encuentro con Dios y con los demás.

Así que, mientras seguimos con nuestras actividades del día, llevemos en el corazón esta imagen: cada uno de nosotros es un templo sagrado, un lugar donde Dios habita. Y cada encuentro, cada palabra, cada gesto de amor, es una oración que elevamos a Él.

Que tengan un día bendecido, lleno de esos pequeños momentos de gracia que nos recuerdan quiénes somos y a quién pertenecemos.

Con cariño y bendiciones,

Amén.

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