Oración de la mañana del 17 de Septiembre

A la luz de las lecturas del libro del Eclesiástico y la carta a los Romanos, oramos:

Señor, al despertar este día, me encuentro con tu palabra que resuena en mi corazón, recordándome la importancia del perdón y la vida que ofreces. La sabiduría del Eclesiástico nos dice que guardar rencor es pecado, y que quien busca la venganza enfrentará la venganza del Señor. Ayúdame, Padre, a soltar todo sentimiento de odio y resentimiento, y a imitar tu infinita misericordia.

San Pablo, en su carta a los Romanos, nos recuerda que vivimos para ti y morimos para ti. Que mi vida, en cada acción y pensamiento, refleje ese vivir para ti. Hazme consciente, Señor, de que cada día es una oportunidad para ser un testimonio de tu amor y gracia.

Lléname de tu Espíritu, para que pueda ver a mis hermanos y hermanas a través de tus ojos, reconociendo el valor y la dignidad de cada uno. Que pueda ser instrumento de tu paz, llevando el perdón y la reconciliación allí donde hay división y conflicto.

Ilumina mi mente y corazón para que pueda comprender profundamente que nuestra vida es tuya, y que, ya sea que vivamos o muramos, somos tuyos. Que esta verdad me motive a vivir cada día con pasión, amor y gratitud, ofreciendo todo en alabanza a ti.

Por último, te pido que, mientras avanzo en mi jornada de fe, nunca olvide que el amor es la medida de la fe, y que el perdón es el reflejo del amor que has derramado en nuestros corazones.

Amén.

Reflexión

La oración que hemos compartido ilumina una profunda verdad de nuestra fe: que vivir en el amor y el perdón es una auténtica expresión de vivir en Cristo. La esencia de estas lecturas y de nuestra oración no es simplemente una serie de instrucciones sobre cómo debemos actuar, sino una invitación a experimentar y reflejar el amor incondicional de Dios en nuestras vidas.

El Eclesiástico nos confronta con la realidad del rencor y la venganza, sentimientos que todos, en algún momento, hemos sentido. No obstante, se nos recuerda que, como hijos de Dios, estamos llamados a una norma más alta, a reflejar la misericordia de Dios, que perdona nuestros pecados, por graves que sean. Si el Señor, que es santo, puede perdonar nuestra iniquidad, ¿cuánto más deberíamos nosotros, imperfectos como somos, perdonar a quienes nos han herido?

Por su parte, San Pablo nos insta a vivir con un propósito. Todo lo que hacemos, ya sea en la vida o en la muerte, debe ser para el Señor. Esta perspectiva nos brinda una claridad sorprendente. Al vivir para Dios, encontramos el propósito, el significado y la dirección que nuestras almas anhelan. No estamos simplemente pasando por la vida sin rumbo, sino que estamos viviendo con un propósito divino, que es amar y ser amados.

Esta oración y las lecturas en las que se basa nos invitan a una introspección profunda. Nos retan a evaluar cómo vivimos nuestra fe diariamente. ¿Perdonamos fácilmente? ¿Vivimos cada día como una ofrenda para Dios? Recordemos que en el centro de nuestra fe está el amor: un amor que perdona, un amor que da vida, un amor que nos llama a vivir para Aquel que es Amor mismo. Si incorporamos este amor en cada aspecto de nuestro ser, entonces, verdaderamente, estaremos viviendo el Evangelio.

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